sábado, 5 de mayo de 2018

“Hoy es siempre todavía”

HOY ES SIEMPRE TODAVÍA 

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Este es mi monólogo con el último libro de @agaviriau, “Hoy es siempre todavía”. Es mi manera de leer, de establecer un diálogo imaginario con el autor. Así me queda el libro en su esencia grabado en mi, impregna mis ideas, queda ya en los recuerdos. 


Disculpará el ministro este monólogo sin permiso a réplica ni interés de lectura. Las palabras de otros nutren las propias. Y hoy hacen parte de las mías. 


18:08

Va mi primera carcajada (sabía que tenía que encontrar alguna en su libro; los que acarician la muerte se aferraron al sarcasmo de una manera descarnada y valiente). Los patos verdes y las bolsas de quimioterapia.  Siempre que escucho algún sueño o incluso presencio algún discurso vehemente de algún paciente con delirio, mientras su mente navega en la tormenta de citoquinas de una sepsis o la respuesta paradójica a un sedante. Mi mamá, por ejemplo, empezó -literalmente y para vergüenza mía - a ladrar y a morder. Yo comprendía bien; para ella la única especie valiosa sobre la faz de la tierra eran los perros con su lealtad sin medir consecuencias. Sus fieles protectores estaban encarnados en su cuerpo.

Esa respuesta tan obvia no le sirvió al Intensivista que mi madre había mordido en el sentido más literal de la palabra, y supongo que yo pasé a hacer parte de los familiares que explican todos los actos terribles de los pacientes con palabras insulsas e indigulgentes. 


Patos verdes. Me he reído bastante.


19:02 

“Que yo no podía pronunciar un discurso sin mencionar la palabra complejidad”.

Va la segunda carcajada. Hace rato yo ya había llegado a la misma conclusión; y me di cuenta que era mi muletilla en bioética. Hice el esfuerzo de tratar de explicar la muerte, la dignidad humana, el concepto de persona y el rol de la medicina en nuestra época sin usar la palabra “complejo”. Aparecieron otras:  “bueno”,  “ilógico ” “sentido”, pero la principal: “incertidumbre”.

Supongo que lo complejo es precisamente eso: lo incierto que, aunque ilógico, puede tener algo de bueno en algunas versiones, así que, finalmente, tiene sentido.


19:12

“Había dicho muchas veces que los médicos tenían una doble responsabilidad: con el paciente y con los recursos del sistema. Debo decir, con sinceridad, que esa frase no es fácil de llevar a la práctica, sobre todo si uno es médico. O paciente”.

Tuve -varias veces- cátedra sobre este tema. Todas esas veces aprendizajes dolorosos. 

La más dramática: la de la gallina ponedora.

Es una historia sencilla: una paciente ingresa a la UCI por una hernia estrangulada. La palabra estrangulada no es excesivamente dramática. Más de dos metros habían ingresado al orifico que llevaba años esperando a ser corregido a tiempo y después de no tener flujo sanguíneo por varios días, no solo habían muerto, sino que también habían generado una peritonitis de tal magnitud que había logrado que todos los órganos de esta mujer fallaran. Al entrar a verla impresionaba no solo su olor a campo y a leña quemada, sino su delgadez. Un factor más en contra, porque su desnutrición no favorecería en nada su recuperación. Para poder alimentarla, dado que su intestino era inservible, era necesario hacer una mescolanza de nutrientes que se puedan aplicar directamente por las venas. Esto, más todo el soporte que requería con tecnologías avanzadas para sus órganos que a duras penas sobrevivían la mantenían en ese estado de estar conectada a las máquinas, con un pronóstico incierto, y una recuperación que seria bastante prolongada en el mejor de los casos. 

Después de 20 días decidimos que una pequeña cirugía haría más fácil la transición a su cuidado crónico, ya que permitiría desconectarla y volver a conectar a la máquina que le ayudaba a respirar con mayor facilidad. Pero, tristemente, llevaba varios días sin que nadie viniera a visitarla.

Con la arrogancia típica de una intensivista, dije que había que localizar a la familia como fuera, que era el colmo que la pobre anciana estuviera abandonada. La vida se ha encargado de darme las más duras lecciones en medio de estos ataques de arrogancia.

Por medio de mensajes en la misa habían logrado que la hija fuera ese día al sitio de la vereda donde había teléfono y se había concertado la llamada. Empecé con un discurso que dejaba ver mi indignación ante el abandono de mi paciente y la necesidad que había de que vinieran, para firmar la autorización a un procedimiento quirúrgico y aprovechar para explicar el camino a seguir.

  • Claro que si, dotora. No es sino que diga cuándo y yo dejo todo organizado para irme.
  • Cuándo le queda fácil a usted? 
  • No es sino que me diga que yo ya lo tengo hablado. Necesito quien me cuide las gallinas.
  • Las gallinas? - pregunté extrañada. Esperaba que al menos el abandono lo justificaran unos hijos, jamás me imaginé que sería debido a unas gallinas.
  • Si dotora, lo que pasa es que mi mamá y yo vivimos de la venta de lo que nos dan las gallinitas. Pero imagínese que cuando a ella la echaron pa Medellin, se entraron a la casa y le robaron una gallinita. Así que yo me llevé la que le quedó pa’ mi casa y allá tengo entonces las tres gallinas: la que le quedó a mi mamá y las dos mías. Pero no es sino que diga y yo consigo quien nos las cuide y pego para Medellín

No sé que era peor: si mi dolor o mi vergüenza. Cada bolsa de alimento por las venas que le poníamos a mí Paciente valía al menos un millón de pesos. Sin contar los costos de la UCI, los antibióticos, las cirugías. Cuántas gallinas ponedoras habrían comprando ya con eso? Cuántas hernias se hubieran reparado? Mi paciente no tenía pronóstico: el resto de su vida iba a requerir de cuidados y nutriciones especiales. Pero su futuro era otro: el que le permitía vivir en medio del campo, sobrevivir de las gallinas ponedoras.


No recuerdo como terminó la historia. Solo recuerdo que di la orden de no más lavados, no más cirugías. Yo había descubierto que la vida puede ser tan cruel y llena de realismo como lograr vivir de dos gallinas ponedoras y sentirse agradecido por eso. Cuantas gallinas ponedoras vale una vida o cuantas se vidas se sostienen en una?


20:00

“Me arrepiento? En el fondo no, lo digo con respeto: volvería a tomar la misma decisión, una y otra vez. Pero sí en la forma, en las palabras, en los pronunciamientos, en mi incapacidad d ser más empático... La congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos”

Le regalo dos palabras que me parece que en español carecemos. 

  • Kindness. No suena a iglesia, suena a seres humanos terrenales y falibles intentando a pesar de todo 
  • Rücksicht. En alemán. Consideración o compasión no le hacen justicia. Hay algo en ese “mirar atrás” que nos habla de aquello que no vemos a no ser que nos esforcemos, porque siempre estará lejos de nuestra vista, porque nunca estará a primera vista 


20:09

“... a sabiendas de que los enfermos de cáncer no pisamos sobre tierra firme y debemos aligerar nuestros pasos”

Todos nosotros, criaturas terrestres, aprendemos en algún momento lo frágiles que somos. Ver morir ha sido mi maestro personal. Implacable, porque me ha mostrado que no hay ninguna herramienta que prediga su aparición y que es una falacia creer que se está en batalla, porque ella actúa a su antojo. 

Alguna vez alguien me pregunto que porque cuidados intensivos y después bioetica. 

  • Para hacerle con más tranquilidad y claridad las interconsultas a San Pedro. 

Una respuesta Pontificia, no le parece? 


20:20

“Para un ministro de Salud que los pacientes de cáncer quisieran tener”. Para entonces, seguía siendo ministro de Salud y ya era Paciente de cáncer.”

Conexiones, coincidencias. No se imagina cuántas presencio todos los días. Pero las suyas parecen casi místicas. 


20:40

“Una bacteria propia, gastrointestinal, había aprovechado de manera oportunista (la vida siempre lo es) la depresión de mi sistema inmunológico y había invadido mi torrente sanguíneo”

Eso... es poesía pura. Para un médico lo es. Y un gran aprendizaje. Lo de oportunistas es tratado banalmente. Gracias por eso.


20:54

“Cómo te fue?, siempre respondía “regular””.

Me hizo acordar de mi dilema entre pasar por falsa o de arrogante. El castigo de los inteligentes es a veces un inmerecido pero comprensible desprecio. Pero el regular era el que predominaba. Porque en el fondo sabía que siempre se podía haber hecho mejor. 


20:57

“Sinceridad y esperanza, una combinación difícil. Todo lo que uno puede esperar en un momento así”

Hay algunas personas que son maestros naturales; definitivo. Ni horas de cátedra de bioética y humanismo enseñan eso. Es un pequeño y valioso homenaje que usted se lo reconozca.


21:18

“... una nueva oportunidad para repetir una lección de política pública para una sociedad que prefiere ignorar el dilema ético entre el bien común y el bien individual.”

Comprendo muy bien lo complejo y simple de esa situación. Mi padre murió en su primera gran neutropenia luego de una quimioterapia por una leucemia. No debería decir luego, las palabras precisas serían “en medio.”

Como médica sabía que durante muchos años la lenalidomida había prolongado un síndrome mielodisplásico más allá de las expectativas. Me maravillaba de que tan sencillo era su quimioterapia y lo absurdo de su costo. Mis hermanos y yo hacíamos cálculos. Hubiera sido imposible que viviera más de 4 años si nos hubiera tocado pagarlo a nosotros, hipotecas incluidas. Pero fueron más de cinco. Y nadie quedó en bancarrota. 

Cuando presentó su sepsis, en medio de su delirio, dijo que sí deseaba ir a la UCI. Pero yo lo conocía. Este hombre que amaba vivir en la finca rodeado de perros y dormir al lado de una mujer enferma colonizada con las bacterias más resistentes que yo conocía en su momento no era para ingresar allá. 

La versión corta: le recordé a mi padre qué era estar en una UCI. Que vida le esperaría. O que muerte. Recordó que ninguno de esos escenarios era válido para él. No bajó a la UCI; en cambio de eso, recibió la visitas de todos sus nietos y sobre todo, de mi madre. Lo de “ya quite de una vez por todas el maldito aislamiento que no va a servir ya para nada” si fue mi frase. Murió en tres días.

  • Pero hubiera podido vivir varias semanas más!

He aprendido a tolerar ese argumento con respeto. Sé que hubiera sido posible, claro. Pero también sé que hice lo correcto. La coherencia a veces es demasiado cruel, pero demasiado evidente al mismo tiempo. Tiene la ventaja que ofrece un gran regalo: el de la certidumbre. Al fin y al cabo, por dolorosa que fuera la situación, era también sencilla: yo solo era la mensajera que tenía que recordar al emisor cuál había sido su mensaje.


21:39

“Con frecuencia, especialmente después de los trece años, el temor a ser rechazado, o excluido, es más fuerte que el mismo miedo a la muerte”

Mi familia carga con una herencia cruel. Un trastorno depresivo bastante profundo y algo refractario. Creo que mi inclinación a la medicina nació allí, al saber que yo no veía el mundo como algo colorido; para mí era gris. Con el tiempo he aprendido a disfrutar de mi mundo en blanco y negro como se descubre la belleza de las fotos en blanco y negro. Transmiten mucho más de lo que sería imposible describir con colores. 

Ahora mis sobrinos llegan a la adolescencia. Uno por uno quiere huir de la vida al reconocer que no encajan. De alguna manera mi vida les hace dudar de sus ideas suicidas. No es que la tía encaje. Es que, como dicen ellos, ha logrado hacer algo genial de su ser diferente. Yo los tranquilizo al decirles que al fin y al cabo, hay que entender el origen de la palabra “extraordinario”.


22:02

“Muy simple. Si alguien está cansado, presiona un botón listo, se acabó todo”

“Alguien lo hace?”. “Tarde o temprano. Todos terminan haciéndolo.”

Esa sería la mejor descripción de mi trabajo. Ir preguntado, a veces algo tarde, otras impertinentemente: “Una última pregunta: quisiera que si usted por algún motivo no puede hacerlo, presionáramos el botón?”


22:10

“No es fácil, ya lo dijimos, asomarse al abismo y renunciar a todo”

Papá murió acompañado de sus hijos, tras 8 días de estar realmente enfermo, sin aparatos ni tecnologías. Mamá incluso tuvo el lujo de morir en su casa acompañada de una Intensivista sin sus monitores. 

No fue fácil. Comprenderá que tal vez fue el acto de amor más grande que he hecho. Dejar morir en paz a los míos.

lunes, 15 de enero de 2018

La muerte del padre

Y se vienen imágenes, sonidos y olores a la mente. Y mil recuerdos.


De unos brazos que nos cargaban y nos hacían volar en el aire mientras nos tenían por encima de la cabeza.


Y sonrisas alrededor de bicicletas, patines, y quien sabe, hasta carros de rodillos; y algunas caídas, tal vez una llanta pinchada, y el olor a algún pegante y la imagen de unas manos engrasadas reparando algo.


Verlo manejar, y ver la cara cuando quienes comenzamos a conducir fuimos nosotros. Y las palabras mágicas “mijo, pero con mucho cuidado”


Preguntarse a veces si ese hombre lloraba. Desesperarnos por su terquedad y sentirnos orgullosos cuando éramos nosotros los que le explicábamos algo del celular y derretirnos de ternura al verlos teclear en el computador como si fuera una máquina de escribir.


Recordar su cara chuzuda del domingo en la mañana que nos raspaba a propósito y recordar su risa. El sombrero que todos nos pusimos tratando de parecernos un poco y que nos quedaba flotando en la cabeza.


Las idas en carro a comer todos helado, los paseos a la costa en un carro sin aire acondicionado preguntando cada 20 minutos “papá, falta mucho?”, el paseo posiblemente con alguna varada que ese hombre que parecía saberlo todo terminaba por solucionar.


Verlo vestido de cachacho. O de ruana. O en pantaloneta y tenis de señor en la ciclovía. La voz firme justo antes de la puerta: “y usted a donde cree que va a ir con esa facha?” 


Y las canas. Las gafas para leer y la manera de coger el periódico. Las manos con la piel con arrugas y pecas. La mirada atónita al ver las noticias del mundo o simplemente, al ver cómo es la juventud hoy en día.


Las historias de “cuando yo tenia su edad” que oímos contar mil veces. Y que ya no oiremos más. Y que no nos volverán a desesperar o a conmover de infinita ternura. La voz que no volveremos a escuchar. 


La muerte del padre. No importa si fue tu padre de sangre o tu padre de crianza. De repente descubres que has quedado un poco huérfano, no importa la edad que tengas.


La voz que no volveremos a escuchar. 

“Lo quiero mucho, mijo”

La gratitud y las ganas de poder coger esa mano ya más débil y apretarla así sea una vez más... 

lunes, 4 de septiembre de 2017

YO CUIDARÉ DE TI Y DE TU SUEÑO

Turno viernes noche; como cosa usual, cátedra de los pacientes para esta doctora. 

Esta vez: el dilema fue sobre las manos desamarradas. Puedo usar muchas palabras: amarradas, atadas, inmovilizadas. Como sea, la ciencia ya nos ha dado la evidencia que los pacientes se sienten angustiados por estar con las manos amarradas cuando están acostados en una cama en la UCI. Y cuando uno lo piensa, pues parece lo más obvio. Pero lo que fue costumbre no es mala intención. En este caso, lo hacíamos por prevención de que no se fueran a retirar nada, sobre todo sondas y tubos que necesitan para respirar o alimentarse. 

Afortunadamente, los médicos de vez en cuando logramos romper paradigmas. Ya aprendimos que si les explicamos – y también aprendimos que los pacientes sí nos pueden entender-, no se retirarán nada cuando entiendan que esos elementos incómodos los necesitan para mantenerse con vida. Que cada día probablemente irán ganando independencia, pero que por ahora, necesitan ser todavía pacientes, en todo sentido de la palabra. Así que una corta intervención sobre qué cosas debe evitar tocar o halar, cómo les ayuda cada una de estas cosas que ahora son tan incomodas, resulta suficiente y tenemos nuevamente un ser humano "libre", con sus manos sueltas, así sea para poder rascarse la nariz cuando les plazca.

Decido entonces empezar mi tarea; tengo una paciente apenas empezando a despertar en la UCI, pero aún muy delicada, conectada al respirador. Sondas, tubos; debe ser aterrador despertar de repente así. Le explico que requirió una cirugía grande, que aún está débil y que a través de ese tubo en la boca un respirador le está ayudando; que hay una pantalla que me muestra como está, pero que para eso tiene todos esos cables conectados, y que voy a ver como hago para que una alarma no se dispare tanto. Le pregunto si me entiende, que responda con su cabeza, que mueva sus manos y sus pies tranquila, pero que por lo demás, no trate de moverse mucho. Asiente y hace señas que quiere escribir. Comienza a hacer las preguntas usuales sobre qué ha pasado, qué cirugía fue, qué día es hoy, qué está pasando y qué esperamos que pase, quienes han ido a verla, etc. Una por una, algunas más fáciles que otras, vamos respondiendo.

Al final le recuerdo que le dejaré las manos sueltas, pero que trate de ser consciente en no retirarse nada, aunque le incomode, que tenga paciencia. Me mira con los ojos bien abiertos y menea la cabeza de un lado a otro, diciendo que no.
 - Que no se preocupe, que va a tener las manos sueltas 
Otra vez menea la cabeza. Que no.
Confundida le pregunto: 
- Que no quiere tener las manos sueltas?
Asiente Nos miramos extrañados. ¿Porqué alguien quisiera estar atado?

De repente alguien pregunta: 
- Usted habla o hace cosas dormida? 
Sonríe y asiente. 
- Y se quita las cosas que le estorban? 
Asiente.

Resuelto el misterio. Mi paciente se siente más tranquila sabiendo que no se va a retirar nada estando dormida. No quiere estar correr el riesgo de tener sus manos sueltas. Fue imposible convencerla. No aceptó que le fijáramos mejor el tubo o que le dejáramos las manos cubiertas. Pero obvio, ella se conoce

Son las 11:30. Acabo de pasar a ir a verla: Está plácidamente dormida, con el tubo en su boca y las manos atadas suavemente a los lados de la cama

miércoles, 1 de marzo de 2017

Aprendiendo a ser "paciente"

He aprendido más de la medicina en el tiempo que me ha tocado ser paciente que en los años que metí la cabeza dentro de un libro. 
Que una sonrisa alivia más que cualquier medicamento.
Que una enfermera que está pendiente que no tengas frío se verá como una reina salvadora ante tus ojos. 
Que estar elegantemente vestido con una bata de cirugía te hacen recordar lo vulnerable que eres. 
Que tomar agua cuando tienes sed no tiene precio. 
Que las agujas dan miedo pero quitan dolores.
 Que es importante hacer sentir bien a tu vecina de camilla, porque su descanso no sólo también el tuyo, sino un motivo más de tranquilidad y alegría. 
Que te sientes mejor apenas decides dejar de contar los días malos y llevas la cuenta de las horas buenas. 
Que a veces los médicos no sabemos  todo pero intentamos lo mejor; y cuando tú eres ese paciente, te hacen sentir mejor que ellos lo reconozcan. 
Que las personas que te quieren también se cansan de verte mal, y que merecen disfrutar de tus buenos momentos. 
Que a veces sientes que no puedes hacerlo todo, y que entonces debes aceptarlo y hacer lo que puedes.

Que la aventura de la vida es disfrutar mientras puedas el simple hecho de que aún existas.

lunes, 12 de diciembre de 2016

El regalo de Navidad

Diciembre en una UCI es un mes sombrío.

"A ver si come natilla este año"

Es una frase cruda llena de simbolismos. Habla de la muerte, de celebrar, de los pequeños placeres, hasta del sentido último de la vida

La usamos generalmente para conversar entre colegas, no me gusta darla de sentencia. Solo quien desee saber le diré que tan cerca pareciera estar la Parca. Pero la mayoría lo sienten en su cuerpo aún sin haber pasado por una clase de anatomía. Tal vez lo que se siente es como se les va escapando la vida.

Esta historia pudo haber sido distinta: el cáncer hoy en día pareciera ser otra enfermedad crónica de la que finalmente uno termina por morirse pero no siempre implica el inicio de una cuenta regresiva. Así que una falla renal en un paciente con cáncer no tiene porque ser una sentencia de muerte. Y fue así como llegó uno de mis tantos "Pedros" a la clínica.

A veces no necesitas sino mirar. Este año será el de su última natilla. El cáncer no estaba solo en su intestino: los bordes filosos de sus huesos mostraban que se le estaba robando la vida. Pero Pedro seguía ahí, aún con brillo en sus ojos, contando cómo hacía más de 2 años le habían diagnosticado su cáncer a tiempo. Pero hay casos que nos dañan las estadísticas. Estar en la EPS errada en el momento equivocado: esa fue su sentencia. Cirugías que se retrasaron, quimioterapias que se suspendieron, citas al médico que se acabaron. Cuando Pedro llegó a la clínica todos sospechamos que era el cáncer quien estaba ganando la batalla a sus riñones. Pero no esperábamos que fuera por doble partida

Si; es cierto que sus riñones estaban obstruidos por efectos del cáncer. Pero la segunda parte fue una golpe bajo a ese médico clasificador de riesgos que habita en cada uno de nosotros: cuando a Pedro le cancelaron sus citas donde estaban manejando su cáncer se quedó sin medicamentos para el dolor. Y empezó un dolor en el hombro. Y como el quería poder seguir viviendo mientras pudiera, pues decidió controlar su dolor como pudo: iba a la farmacia y preguntaba por algo que le sirviera para su dolor. Y después lo compraba. Mientras su cáncer iba obstruyendo la salida de sus riñones, Pedro tomaba ibuprofeno, todos los días, durante más de 15 días, y cada día más para poder mover su hombro. Un hombro que dolía porque aquello que no le permitía moverlo sin sentir esa punzada era una metástasis

Por doble partida, por un cáncer que ocluye unos riñones y, lo más absurdo, por la necesidad de Pedro de controlar el dolor óseo por una metástasis, los riñones de Pedro quedaron casi inservibles. Después de 5 días salió de la UCI, pero su cáncer seguiría consumiéndolo. Lo más absurdo es que en Pedro, ahora esquelético, sobresale solo un hombro que es una siembra de un tumor que poco le falta para tener el tamaño de su cabeza

Pedro y yo nos hicimos algo compinches cuando yo, más por entrometida que por médica, logré que me confesará cuanto ibuprofeno se tomaba preguntándole que tan fuerte era el dolor que había llegado a tener.
- Huy, doctora, no se lo deseo a nadie. Uno llora de solo sentir que el hombro se mueve cuando uno camina.
No sé que cara puse, pero Pedro trato de suavizarlo un poco
- Pero mi Doc, tranquila, que ya con lo que me mandó estoy pudiendo dormir. Y cuando me consigan el cabestrillo que me dijo la otra doctora para que el brazo no se mueva seguro quedo como nuevo.

Como nuevo. Ahora es Pedro quien es condecendiente conmigo buscando evitarme una tristeza

Hoy decidí revisar si ya se había ido. Lo hago cuando estoy segura que ya deben estar en casa y con eso me doy el falso confort de que posiblemente todo salió bien. Pero ahí seguía: Pedro, aún hospitalizado, lo ven como 3 especialistas. Absurdo cuando hace 1 mes no encontraba citas para que alguien le mandara algo más fuerte que un ibuprofeno para el dolor.

Leo la última nota y se me enciende la cara de ira. Pedro, además de unos riñones que están que fallan nuevamente, una infección que posiblemente no se podrá erradicar, sigue con dolor porque está pendiente que se le consiga el cabestrillo. No quise averiguar a quien le corresponde pagar por un cabestrillo que vale lo que pago todos los días por mi almuerzo o lo que espero que él alcance a comerse en natilla este año.

Nunca había comprado un cabestrillo. No sabía que venían en tallas, me tocó usar al vendedor de la farmacia como referencia. De doble correa, para que el brazo no se mueva.
- Doctora, que se mejore rápido del hombro!
Le doy las gracias y me voy. Seguro el también conocer sobre tantas pequeñas tragedias mientras cuenta y despacha pastillas que se debe sentir feliz pensando que la doctora, para estar enferma, se ve muy aliviada

Cuando llego al piso la enfermera Jefe mira asustada. No se le ocurre quien pueda estar tan grave en su piso que sube la Intensivista y ella sin tener idea. Pregunto por Pedro. Y su mirada pasa de la ansiedad a la tristeza. Supongo que le hubiera alegrado que se pudiera hacer algo por él en la UCI. Pero ese no es sitio para los moribundos

Pedro me saluda y pone su mejor cara, como hacen muchos enfermos cuando los visita un amigo. En el fondo ya sabe que no volveré a ser su doctora.
- Pedro, se le adelantó el Niño Dios: acá le traigo su famoso cabestrillo

Nadie pregunta quien lo pagó, eso sería un momento de vergüenza y ahora estamos de celebración. Con el hombro como un melón, maniobramos para meter su brazo y fijarlo fuertemente al tórax para que no se mueva ni cuando respira. Una sonrisa de alivio ilumina su cara cadavérica.
- Huy mi Doc, ahora sí, que descanso!

Le doy la mano, me despido y salgo rápidamente. No tengo mucho más que decir. Ni hasta luego porque no creo volver a verlo, ni feliz Navidad, porque no creo que Pedro llegue a ella; mejor que se le haya adelantado el traído este año. Además, todavía tengo la tara sobre lo mal que se vería que quien entrega el regalo se le note que tiene  los ojos encharcados.

No valía nada, pero creo que ese cabestrillo será el regalo más valioso que daré este año

sábado, 26 de noviembre de 2016

Los días de Caronte

A mí nunca me ha gustado su descripción mitológica. De acuerdo que es un anciano. No sólo los cuerpos son los que envejecen. Pero cada vez que alguna mascota moría, no pensaba en un ser oscuro llevándosela, vestido de harapos. Siempre sentí que quien nos mostraba que no había vida era un ser cálido y compasivo. 

A veces los libros para niños son los que nos ayudan a comprender el mundo. La magia existe en ellos. Y que cosa tan extraña es la vida, sino un momento de magia.


Me gusta esta imagen de Caronte. Alguien que despide a las almas con un susurro, con unas lágrimas: 

"Cry, Heart, but never break" 

 
PS: Para todos aquellos en que hay dias que somos Caronte. Porque lloramos y cada vez tenemos un corazón más grande 

Autor:  Glenn Ringtved

viernes, 25 de noviembre de 2016

Notas para un misterio


Notas son muchas

Casi siempre es algo que no queremos olvidar, que nos decimos a nosotros mismos

A veces se las dejamos a otros, como un pedazo de algo muy nuestro que queremos compartir

Alguien me hizo recordar el valor de esas pequeñas notas que dejamos para otros. Costumbre de comunicar que nos une y nos conecta. Decirle al otro aquello que nos conmueve en ellos, aquello que nos marca, aquello que a veces no somos capaces de decir. Quedan para siempre. Me gusta guardar esas notas.


También me gustan otras notas. Otras que me han acompañado desde la infancia. Que me llevan a los lugares más mágicos, lejos de este mundo, desde donde puedo entender y comprenderlo todo. O por un momento creer que encontré respuestas porque reconozco que todos estamos hechos de las mismas fibras, de la misma esencia. Que no hay que entender, sino comprender.

Que las palabras no tienen raíces, que lo que nos une a este mundo.


Que la vida es eso, un gran misterio.